Invasión de EEUU a Panamá: A 36 años, el testimonio de quienes vivieron la antesala al 20 de diciembre de 1989

Corría el año 1989 y la situación sociopolítica y económica se deterioraba progresivamente. Las tensiones con Estados Unidos, el bloqueo, la escasez de alimentos y la falta de circulación del dinero marcaban el día a día de una nación que clamaba por un nuevo rumbo, sin imaginar la forma en que este llegaría.

Imagen historica de la Invasión Norteamerica a Panamá
Imagen historica de la Invasión Norteamerica a Panamá / Foto/Archivo

“Lo más injusto fue que nunca se entendió el impacto en las familias que perdieron a alguien”.

Han pasado 36 años desde la noche más oscura de la historia panameña: la invasión de Estados Unidos, ocurrida el 20 de diciembre de 1989. Quienes la vivieron aún se quiebran al recordar un episodio que marcó un antes y un después en la vida republicana del país.

Culminaba el año 1989 y la situación sociopolítica y económica se deterioraba progresivamente. Las tensiones con Estados Unidos, el bloqueo, la escasez de alimentos y la falta de circulación del dinero marcaban el día a día de una nación que clamaba por un nuevo rumbo, sin imaginar la forma en que este llegaría.

“Vivíamos como en Cuba”

En aquel periodo, Panamá atravesó condiciones similares a las que hoy enfrenta Cuba. Ante la ausencia de efectivo, algunas empresas e instituciones pagaban con bonos, una especie de vale como los que entregaban en pandemia, con eso la gente podía hacer sus compras; sin embargo, las adquisición de alimentos era limitada por la escasez. La producción nacional cumplió un papel fundamental, al ser uno de los recursos más accesibles para la población.

Las protestas en las calles, registradas meses e incluso años antes de la invasión, se intensificaron principalmente en rechazo al régimen militar de Manuel Antonio Noriega, por las violaciones a los derechos humanos, el fraude electoral del 7 de mayo de 1989 y la crisis económica. Este escenario acrecentó la incertidumbre en el país, a lo que se sumó la posibilidad de una intervención militar estadounidense.

Una cadena de acontecimientos reforzó la percepción de que una acción militar era inminente. El intento de golpe de Estado del 3 de octubre de 1989 y los hechos ocurridos posteriormente, conocidos como la masacre de Albrook marcaron un punto de inflexión. Entre octubre y noviembre, la especulación sobre una invasión tomó mayor fuerza a medida que se acumulaban incidentes que alteraban la cotidianidad nacional.

Marta González, hija de un militar, narró que uno de los factores que incrementó la tensión fue la movilización constante de tanquetas, vehículos militares y soldados estadounidenses fuera de la antigua Zona del Canal, una práctica que rompía con la dinámica habitual del país.

No obstante, dijo que la tensión alcanzó uno de sus puntos más altos cuando se produjo una intervención militar cerca del Cuartel Central de las Fuerzas de Defensa, en El Chorrillo, apenas días antes del inicio de la invasión.

“La proximidad de tanquetas y soldados estadounidenses al cuartel central fue uno de los momentos de mayor tensión”, relató.

La noche del 19 de diciembre, aeronaves de ataque sobrevolaron la ciudad de Panamá. Aunque la fecha conmemorativa es el 20 de diciembre, varios testimonios coinciden en que, minutos antes de la medianoche, las bombas rompieron el silencio, iluminaron el cielo y cayeron sobre El Chorrillo, con repercusiones en distintos puntos del país.

La noticia de la invasión se propagó rápidamente. Mientras algunas personas huían para resguardarse lejos de los cuarteles, considerados objetivos específicos de los ataques, otras permanecieron en sus casas a la espera de que la situación cesara.

Marta relató a TVN-2.com que vivieron noches de gran angustia. Su padre se encontraba en un cuartel cuando inició la invasión y fue él quien los llamó para informarles lo ocurrido, pedirles que no salieran de casa y asegurarles que, en algún momento, llegaría para reunirse con ellos.

Según su testimonio, su padre, junto a otros militares, ingresó a un almacén para abandonar el uniforme, vestirse de civil y evadir la vigilancia estadounidense que buscaba a presuntos aliados de Noriega. Caminó desde Ancón, donde actualmente se ubica la sede de la Policía Nacional, hasta Alcalde Díaz, trayecto que completó tres días después.

Día de la invasión por Estados Unidos el 20 de diciembre de 1989
Día de la invasión por Estados Unidos el 20 de diciembre de 1989 / Foto/TVN-2.com

“Mi papá nos dijo que no habían recibido ninguna instrucción y que cada uno tomó sus propias decisiones. Nunca hubo una orden de qué hacer frente a la invasión”, comentó.

Para ella, el actuar del gobierno estadounidense fue desmedido, sobre todo porque era un país en crisis, y aunque las personas no estaban preparadas, no fue sorpresa porque desde antes se hablaba de la intervensión y fueron los bombardeos los que anunciaron la acción.

“Ninguna de esas personas debió haber muerto ese día, porque no hubo una razón real para generar muertes. La salida de Noriega no justificaba ninguna muerte”, lamentó.

Agregó que la reacción comunitaria en las barriadas fue hacer barricadas para evitar el paso de los delincuentes que se aprovechaban, y la circulación de carros. Fue como un mecanismo de seguridad que muchas comunidades y barriadas en ese momento emplearon.

“Pensé que eran cohetes de Navidad, pero eran bombas”

Boris Cruz, tenía 16 años en diciembre de 1989, cursaba cuarto año en el Instituto Justo Arosemena, y vivía en Alto del Romeral, en el sector de Parque Lefevre.

En los días previos, recuerda un ambiente cargado de tensión, especialmente entre los adultos, mientras los jóvenes intentaban mantener la rutina entre exámenes y juegos de barrio, en medio de constantes suspensiones de clases. En la televisión, el gobierno transmitían mensajes en clave, a los que llamaban 'clave cutarra', y era una especie de código para mantener a los Codepadi (Cuerpo de Protección Civil) en alerta.

La noche del 19 de diciembre, cuenta, el sonido de las detonaciones marcó un punto de quiebre. Cruz se levantó cerca de las 11:00 p.m. y encontró a su madre llorando. Al principio pensó que se trataba de fuegos artificiales por la cercanía de la Navidad.

Yo escuchaba detonaciones y pensé que eran bombitas o cohetes, pero no… eran bombas. Mi mamá, llorando, me dijo: ‘nos invadieron los gringos".

Esa noche, dice, nadie durmió. Las explosiones se sentían con fuerza en la tierra y el temor se apoderó de las casas. Al día siguiente, el país amaneció sumido en el caos, con escenas que aún lo estremecen.

“Era terrible. Las bombas estremecían la tierra durísimo. Al día siguiente uno veía gente yéndose a saquear, regresaban con latas de leche, zapatillas… era una locura”, recordó.

Desde su comunidad, fue testigo del despliegue militar estadounidense, los tanques recorriendo las calles y soldados en posición de combate, escenas que hasta entonces solo había visto en películas. "Veía los bombardeos a la base de Panamá Viejo, era impresionante, terrible los impactos de bombas que caían. Recuerdo que nos tuvimos quedando donde la vecina, mi mamá, mis hermanos y yo, era espantoso ese sonido de la bomba".

Imagenes de la Invasión de Estados Unidos a Panamá
Imagenes de la Invasión de Estados Unidos a Panamá / Foto/TVN-2.com

Con el paso de los días, la intensidad de los bombardeos disminuyó, pero la ocupación militar se hizo evidente. Cruz recuerda cómo los soldados estadounidenses permanecían en las calles y, en algunos casos, repartían alimentos entre los niños del barrio.

“Regalaban chocolate y comida enlatada. A los pelados eso les gustaba, porque era comida militar”.

Sus recuerdos concuerdan con los de Marta, la crisis económica obligó a muchos a sobrevivir con mecanismos improvisados.

“No había cash, no había dinero. A la gente le pagaban con pagarés para comprar comida en los supermercados. Eso fue bien sufrido”, manifestó.

Los saqueos marcaron otro de los episodios más duros. Aunque la tentación estuvo presente, una decisión familiar quedó grabada para siempre en su memoria.

“Yo le dije a mi mamá que quería ir a saquear, pero no me dejó. Eso nunca lo voy a olvidar, porque es parte de la ética y la moral con la que fui criado”.

Hoy, más de tres décadas después, Cruz asegura que la invasión es un recuerdo que no se borra, no solo por la violencia vivida, sino por la forma en que marcó a toda una generación que pasó de la adolescencia al miedo en cuestión de horas.

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