Chifeando el Tranque
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Panamá/Hablar de Hernán Darío “Bolillo” Gómez es hablar de un entrenador que entiende el fútbol más allá de la táctica. Su método va directo a la mente del jugador y al entorno mediático.
Hoy, al frente de El Salvador, el técnico colombiano vuelve a poner en práctica una de sus herramientas más efectivas: la proyección psicológica inversa, una estrategia que ha caracterizado su forma de dirigir y comunicar.
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En sus más recientes declaraciones, previas al duelo eliminatorio ante Panamá, el Bolillo volvió a jugar su partido mental. En lugar de reforzar su favoritismo, elogió abiertamente al rival: “Panamá tiene una baja de vida linda, finalista en dos torneos grandes… yo siempre lo destaqué como favorito”. Detrás de esas palabras hay algo más que cortesía: es un desplazamiento consciente de la presión.
En psicología deportiva, este fenómeno se conoce como “externalización de la presión” o “psicología inversa aplicada al entorno”. El objetivo es claro: reducir la carga emocional de sus jugadores, evitando que sientan el peso del resultado, mientras el rival asume el rol del favorito. Así, Gómez crea un escenario donde sus futbolistas pueden jugar con mayor libertad, mientras el rival carga con la expectativa colectiva.
Cuando el Bolillo dice que “no hay favoritos” o que “las eliminatorias están muy apretadas”, no solo analiza la competencia: está moldeando el clima emocional del juego. Sabe que la mente es un campo de batalla donde se ganan y se pierden partidos antes del silbato inicial. Por eso, su discurso mezcla humildad con admiración, pero también con una dosis calculada de desafío.
En Panamá, esa fórmula le funcionó. Logró construir un grupo unido, emocionalmente resistente, capaz de transformar la presión en orgullo nacional rumbo al Mundial de Rusia 2018. Pero hoy, en El Salvador, aplica la misma receta: elogiar al rival, exaltar el contexto y liberar la presión sobre su equipo, fortaleciendo la confianza de los suyos.
Más que un técnico, el Bolillo Gómez es un estratega emocional. Domina el arte de la palabra y la percepción, usando la comunicación como una herramienta psicológica que influye en rivales, medios y jugadores.
Sin embargo, Panamá no debe caer en su juego. Está bien reconocer lo que significó su liderazgo en el pasado, pero hoy la historia es distinta. El fútbol panameño ha evolucionado, tiene un proceso sólido, una mentalidad ganadora y una identidad propia.
El respeto se mantiene, la gratitud también, pero las eliminatorias se juegan con el presente.
Y en este presente, Panamá ya no necesita motivación externa: ahora juega su propio partido, en la cancha y en la mente.
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